Personajes Alfonso Diez |
* Quedaban claros en Rosa Luz los
síntomas de la paranoia
Rosa Luz Alegría Escamilla había sido la primera mujer en ocupar una secretaría de Estado, como
secretaria de Turismo, al final del sexenio presidencial de José López Portillo.
Muchos años después, sola en su casa de la calle Juárez en San Jerónimo,
en la Ciudad de México, salió desnuda a
la calle y comenzó a disparar al aire un arma. Fue detenida por la policía
y llevada ante un agente del Ministerio Público. Se movieron resortes y de
inmediato la liberó el licenciado Juan
Velásquez Evers. No hubo averiguación previa.
Fueron los últimos sucesos del conocimiento público en los que se vio
envuelta. Unos meses antes había publicado un libro de física al que podríamos
calificar por lo menos de esquizoide. Quedaba ya trazada la senda de su
desplome.
Rosa Luz participó en el movimiento estudiantil de 1968 acompañado a su
pareja sentimental, Marcelino Perelló, sin embargo se casó con Luis Vicente Echeverría Zuno, hijo del que entonces era secretario de Gobernación y
después fue presidente de la República, Luis Echeverría Alvarez. Tuvieron un
hijo.
Sostuvo un romance con José López Portillo mientras trabajó a su lado en
la presidencia. La personalidad que afloró en el libro mencionado antes
comenzaba a destellar cuando encabezó Turismo: durante un desfile del primero
de mayo se puso al frente del mismo vestida con los colores de la bandera.
La invité a colaborar en la misma revista en que yo lo hacía y aceptó
con ciertas condiciones. Decía que si era un medio de comunicación debía haber
interacción, por lo que quería que le escribieran los lectores para ella
responderles, creando de esa manera una colaboración “interactuante”.
Acepté, pero desde luego yo sabía que para que se diera tal efecto
tendríamos que tener respuesta de los lectores. De cualquier manera, Rosa Luz
cometía el mismo error de apreciación que comete la mayoría al analizar la
función de la prensa escrita; le llaman
medio de comunicación, cuando en realidad lo es de información.
El caso es que en la semana que publicamos la entrevista a Sasha
Montenegro en Tehuixtla (descrita en el anterior Personajes), nuestro
cartonista dibujó una caricatura de
Sasha en negligé, y a la siguiente semana, cuando comenzó a colaborar Rosa
Luz, dibujó a ésta también en negligé. La nueva colaboradora se enojó, a pesar
de que le expliqué que había que respetar la libertad de expresión del
cartonista, decía que tenía que haber sido censurado, y ya no quiso seguir
adelante.
Me había reunido con ella en diversas ocasiones, en la mencionada casa
de la calle Juárez. Llamaban la atención muchas cosas ahí. Tenía diversos
automóviles de lujo, incluido un Jaguar convertible tipo E, 1964, de colección.
Una completa central de alarmas que sus ayudantes afirmaban había sido
instalada por órdenes de Echeverría, que vivía a unas casas de distancia, en
San Bernabé. Éste pagaba la seguridad
alrededor de Rosa Luz y es comprensible, recordemos que su hijo era nieto
del ex presidente.
Conocí dos casas de la ex política. Parece ser que ésta la compró López Portillo en dos millones de dólares, aunque
ella afirma que perteneció a sus padres, pero una simple investigación me hizo
ver que no era así. La otra casa, mucho
más cara que la anterior, está en Acapulco, en una sección del
fraccionamiento Las Brisas llamada La Joya. La ex nuera de Echeverría me dijo que se la había regalado Rubén Figueroa.
¿A honras de qué?. No sé. No le creí.
En una ocasión, la dama en cuestión me pidió que cada vez que la
quisiera ver le llamara a su hermana para que sirviera como intermediaria y me
dio el teléfono; tenía miedo, aparentemente, a que Luis Echeverría se diera
cuenta… ¿de que la llamaba por teléfono?, ¿de que platicábamos en su casa?...
¿De qué?. Nuestra relación era exclusivamente profesional, entre periodista y
política que quería ser periodista. Tal temor dejaba ver ya una personalidad
evidentemente esquizoparanoide. Quedaban
claros en Rosa Luz los síntomas de la paranoia, que forman parte de la
personalidad mencionada: el delirio de grandeza y el delirio de persecución.
Esos mismos síntomas, ya exacerbados, fueron seguramente los que la
empujaron a salir a la calle desnuda con un arma y comenzar a disparar hacia
los fantasmas que la perseguían.
Alguien me informó de su arresto y de inmediato le llamé por teléfono a
Juan Velásquez, en virtud de la cercanía que éste tenía con el ex presidente
que vivía en la colina de Cuajimalpa. Quedamos de vernos en un restaurante y
ahí lo encontré con otra persona cuya cara me pareció familiar. Juan se dijo
sorprendido por la noticia.
Meses después me confesó que en ese momento, cuando lo encontré en el
restaurante, estaba reunido…, “¿con quién crees, Alfonso, medítalo”. Entonces recordé la cara que me pareció
familiar y supe quien era: Pedro Alegría Escamilla, el hermano de Rosa Luz.
Discutían sobre la hermana, qué se iba a hacer con ella, cómo iban a evitar que
volviera a suceder algo parecido. El secreto en la relación cliente-abogado impedía
a Juan revelarme entonces la verdad.
José López Portillo era 29 años más grande que Rosa Luz. Ella estaba
fascinada con él cuando se le entregó. Se trataba del presidente de la
República, la figura paterna ideal. En cierta ocasión, mientras duró nuestra
relación profesional, la acompañamos durante el funeral de su padre.
Continuará en el próximo Personajes. |